sábado, 4 de junio de 2011

Los Caños de Carmona. 2ªparte

Tuvimos hace algún tiempo, la oportunidad de disfrutar en el blog de un, creo que, interesante y didáctico vídeo que nos mostraba la composición, dimensión, función y destrucción de uno de los mas importantes legados romano-musulmán que tuvo la ciudad de Sevilla, Los Caños de Carmona...


En ese interesante vídeo se intento recopilaron la mayor cantidad posible de documento gráfico existente sobre los mismo, pero claro esta, que siempre hay alguna foto nueva por descubrir...


Como nos muestra esta hermosa imagen, la realidad de los caños en extramuros, es decir fuera de Sevilla, era la de la pobreza o mejor dicho la gente humilde, y es que cabe destacar que sus 400 arcadas tenían usos múltiples, siendo el mayor de ellos el de dar cobijo a la gente  con menos poder adquisitivo de la época.
Muchas de sus arcadas eran aprovechadas por cabreros trashumantes o gitanos, a modo de cobijo llegándose incluso a tapiar muchas de ellas para así conseguir de sus arcadas pequeñas "viviendas".


Echos como estos, ademas de su cese en funcionalidad como acueducto, fueron los que derivaron a las autoridades a derribarlos evitando con ello asentamientos que no pudieran ser todo lo salubres que se desearan.

Raul Garcia Varea

4 comentarios:

Francisco Espada dijo...

"Cuando las barbas del vecinos veas rapar..." Tal vez tengamos que poner mucha atención a lo que pasa hoy día con el Paseo Juan Carlos I, el paseo fluvial de Sevilla, el talud de los asentamientos donde existe, tal vez, la mayor marginalidad de la ciudad.

esasevilla dijo...

Fascinantee!!

Un abrazo.

El Pasado de Sevilla dijo...

gracias cansadousa, y felicidades por tu ultima entrada en tu blog, siempre me intereso el edificio veterinario en cuestión..

un saludo.

francisco cordero dijo...

Hablo de los años 1945-50. Los Caños de Carmona terminaban, antes de sumergirse, en la actual calle Padre Pedro Ayala, junto a unas huertas que poseía mi abuela que hacían esquina con la carretera de Alcalá. Sobre el último arco, se erigía una gran caseta de madera donde, contratado por el Ayuntamiento, mi tío Matías se encargaba de dejar caer con una pipeta unas gotas continuas de hipoclorito sobre aquel caudal de agua. Raras veces me dejaba mi tío subir para ver su tarea, recorrer algunos tramos de la parte alta y ver correr aquel caudal de agua limpia y fresca. Lo guardo en la memoria de mi infancia.

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